Nos conocimos una fría tarde de invierno, hace poco más de un año.
Por ese entonces yo no sabía que quería hacer con mi vida, acababa de acabar con el chico con el que había pasado algún tiempo, no me afectó demasiado, pero me desmoronó toda la vida.
Pasé un tiempo sin ser demasiado sociable, centrándome en mi trabajo, en mis estudios.
Y entonces, una tarde, apareció él.
Entre palabras, entre secretos y entre bromas, acabamos entre sábanas, ¿o fueron otras cosas? Quién sabe, los recuerdos se van... La memoria es traicionera, ¿verdad?.
Pero me tuve que ir, me mudé y él, de un modo u otro, se vino conmigo en mi largo trayecto. De ciudad en ciudad, de ambiente en ambiente, de club en club, de amor en amor... Él me había marcado el corazón, después de aquella noche, no le pude olvidar.
Nunca me atreví a mostrarle mis sentimientos, a abrirme a él. Pasamos a ser, simplemente amigos. Y tiempo después, en mejores amigos. Hablábamos mucho y muchas bromas caían, ¿o quizá no eran bromas? Roces, risas, insultos en plan broma... Recuerdos, demasiados recuerdos, dudo que todo esto sea sano.
Con el paso de los meses, él se estabilizó en una relación y un día me dijo, "me voy a casar". Por aquel entonces, yo también estaba en una relación, pero eso me afectó demasiado, sentí como mi corazón latía demasiado rápido, como el aire dejaba de entrar en mis pulmones, sentí que me moría.
No me atreví a ir.
Yo no era feliz en realidad, no podía ser feliz si no estaba con la única persona capaz de hacerme sentir así, pero se aproximaba... Cada vez que salía en una cita con mi novio, se aproximaba a esa felicidad que sentía cuando estaba con él. Y un día de agosto, mi novio, me pidió que me casase con él.
Rompí con él días antes de la boda
confesé mi amor a Jae.
Me dijo que me correspondía.
confesé mi amor a Jae.
Me dijo que me correspondía.
Pero no todo era tan fácil como en las películas, de ningún
modo… En la vida real, siempre hay problemas y, nuestra historia de cuento de
hadas, no fue una excepción.
Él estaba casado y mi mejor amiga estaba enamorada de él. Yo
no sabía que hacer, estaba tan confusa como una niña pequeña que tenía que
elegir entre dos muñecas nuevas. Nunca le dije a mi mejor amiga que estaba
enamorada de él, porque jamás pensé en que íbamos a acabar así. Quizá si era
verdad que me estaba comportando como una idiota, como una furcia que solo
pensaba en sí misma, pero mi amor hacia él era tan fuerte que podría destruir
cualquier barrera que se le pusiera en frente.
Nuestras ganas no podían con nosotros, necesitábamos
sentirnos, besarnos, acariciarnos… Nos amábamos, pero era todo demasiado
complicado. Recuerdo que una vez me dijo, en palabras exactas “me haces llegar
a la locura”. Nunca pasó nada entre nosotros que no fuesen tímidos besos,
cálidos abrazos y palabras de amor que se quedaron en el aire, el único testigo
de nuestro amor verdadero, tan verdadero como el Sol. Porque eso éramos, el Sol
y la Luna, el Día y la Noche, un Lunes y un Sábado, pero nos entendíamos a la
perfección, él vivía por mí y yo por su sonrisa… Su sonrisa, su sonrisa era lo
más bello del universo, ¡De todos los universos!
Y mientras él sonriera, yo sería feliz.
Todo, a su manera, era perfecto, vivíamos a escondidas, con
besos prohibidos y risas ahogadas hasta que por fin, una noche me dijo “le he
dejado, te elijo a ti, quiero estar contigo” y todo cobró luz, color… Un color
potente, podíamos decirnos delante de todos que nos amábamos, podíamos besarnos
en público, caminar por la feria juntos…
La feria… La feria fue algo muy importante en nuestra
relación, allí… Allí nos dimos el primer beso real, allí nos abrazamos y me
dijo “te amo”, le regalé nuestro colgante… En realidad eran dos, de estos que
se unen, eran… Dos piezas de un puzzle, una rosa y otra azul, bañadas en plata…
Un típico y cutre regalo de feria que para nosotros lo llegó a significar
todo.
El día siguiente discutimos fuerte, no recuerdo el motivo,
pero sí recuerdo que le devolví en colgante y acabé llorando. También recuerdo
que los días pasaron y cuando vino a hablar conmigo, acabamos reconciliándolos
y él abrochó de nuevo el colgante en mi cuello, también recuerdo que dejó un
pequeño beso en uno de mis hombros y…Recuerdo su sonrisa. Un beso. Un abrazo.
Un te amo.
Pero siempre hay una tormenta, ¿no es así? Una tormenta que
esconde a la luna y al sol, que les separa.
Pasaron días, semanas sin vernos… Y al final, él volvió a su
vida normal, volvió con su pareja, con la que unió en santo matrimonio, la
persona que le hacía feliz de verdad. Y yo… Yo también rehice mi vida, pero
nunca llegué a amarle como le amé a él.
Parte de mi corazón, siempre será suya.
Cerró su cuaderno, se levantó de la silla donde estaba
escribiendo con él en las manos y, simplemente, abrió un cajón, un cajón donde
guardó el cuaderno, justo al lado de aquel colgante y aquellas fotos amarillas
que una vez se hicieron juntos. Las miró por un instante, las acarició y cerró
el cajón con llave. Minutos después, estaba tendida en la cama, abrazada al
hombre con el que había rehecho su vida.
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